Imprescindible en cualquier obra de construcción húmeda convencional, el ladrillo es casi parte del alma de toda estructura. Podría decirse también que es el esqueleto que da sustentabilidad y rigidez a nuestros proyectos constructivos, y que es parte vital para la adecuación de cada espacio, aprovechando su enorme cantidad de opciones y posibles usos. Conoce un poco más sobre los ladrillos en este artículo.
El ladrillo es la pieza constructiva más añosa de todas las existentes. Fabricados con residuos de piedras, arenas, gravas y tierras humedecidas y compactadas, ha estado presente desde la primera construcción residencial de nuestra humanidad. Además, es muy versátil y puede adaptarse a las posibilidades de cada región: ladrillos de piedra, de hielo, de arcillas y de distintos barros nos han acompañado desde nuestras primeras civilizaciones.
Con el paso del tiempo y el avance de las tecnologías, el ladrillo ha ido convirtiéndose en un elemento imprescindible en todo tipo de obras, superficies y estructuras. Huecos, compactos, modelados o simples, hoy nos permiten dar cuerpo a todo tipo de proyectos, desde los más pequeños hasta lo más altos rascacielos.
Los ladrillos contemporáneos pueden clasificarse de acuerdo a los materiales que los componen, y también a sus técnicas de formación. En reglas generales y básicas, el proceso de elaboración comprende la descomposición de materiales secos, su hidratación, el amasado de la pasta, su modelado, el tiempo de secado y fijación, y luego su posterior cocción.
En el modelado también se crean piezas que quedarán designadas en diversas clasificaciones. Su tamaño, coloración y composición son la primera definición, mientras que también lo será su forma. Las aristas de cada pieza definen, por ejemplo, si se trata de un ladrillo de soga (con cuatro aristas mayores), de tizón (cuatro aristas medianas), ladrillo grueso (cuatro aristas menores), de tabla (en la fórmula soga x tizón), de canto (soga x grueso), o bien de testa (tizón x grueso).